Por Alain Durand, profesor de la Formación como Terapeuta Gestalt y miembro de Equipo Centro. Alain es Psicoterapeuta de Orientación Gestáltica reconocido por la FEAP, miembro Titular, Didacta y Supervisor de la AETG y DEA de literatura francesa por la Universidad de Paris-Sorbonne.

Desde el final de los años 2000, existe una activa corriente de reflexión sobre las relaciones que pueden existir entre una cierta manera de “amar” y la violencia de género. El amor romántico está en el punto de mira de estudios feministas, como lo muestra el libro de referencia de Coral Herrera Gómez, La Construcción sociocultural del amor romántico (2010), o bien es objeto de investigaciones de ámbito estatal, como el análisis organizado de 2007 a 2011 por el Instituto de la Mujer a partir de grupos de discusión sobre las distintas manifestaciones del amor[1]. Asimismo, se multiplican intervenciones desde hace varios años en España y en otras partes del mundo para sensibilizar a los adolescentes sobre esta cuestión y prevenir el maltrato dentro de las parejas de jóvenes[2].

Ese amor romántico se introdujo en nuestra sensibilidad a lo largo de los siglos en particular a través de las artes y de la literatura, imponiendo un verdadero mito que nos viene dictando un discurso y actitudes a los cuales todos y todas tenemos que plegarnos. Sin embargo, en ese panorama cultural hubo voces que pudieron distanciarse e incluso cuestionar ese sentimiento amoroso. Fue el caso de una autora francesa del siglo XIX que, de manera sorprendente, y a pesar de estar precisamente inmersa en la época romántica con sus novelas sentimentales, pudo observar y denunciar ese fenómeno. Esa autora es George Sand.

Hablando alrededor mío, me doy cuenta que, hoy en día, fuera de los círculos literarios o intelectuales, es poco conocida en España. En Francia misma, a pesar de haber sido en su época una autora de mucho éxito, haber editado cerca de setenta novelas, decenas de cuentos, centenares de artículos literarios o políticos, y más de diecinueve mil quinientas cartas, muchas con profundas reflexiones, se la suele relegar a autora de segundo rango. Se la encasilla en parte dentro de la corriente romántica tardía, y se le reprocha no haber sabido adaptarse a la estética literaria entrante: el realismo. En los institutos, hasta hace muy poco -cuando por fin una mayor sensibilidad feminista empezó a darle más importancia-, sólo se solía estudiar sus novelas campestres. Ella había vivido desde su niñez en un castillo en pleno campo del centro de Francia donde se había empapado del mundo rural. Mundo que aparece en muchas de sus obras, e incluso la vida de los campesinos llega a ser el tema central de algunas de ellas. No se puede negar que Sand fue la figura más relevante del “género campestre”: sus relatos rurales tienen una especificidad que merece ser señalada como una aportación original a la producción literaria de la mitad del Siglo XIX. Pero ceñirla a esas narraciones es del todo reductor, puesto que sólo representan un diez por ciento de su producción novelesca. En cuanto a la validez de sus obras, supuestamente eclipsadas por la nueva moda del realismo, hay que señalar que la figura emblemática misma de esa corriente, Gustave Flaubert, toda su vida aplaudirá los libros de Sand, siendo uno de sus mayores admiradores. Cabe entonces hacerse la pregunta: ¿porqué Sand, cuya creatividad gigantesca es comparable a la de un Honoré de Balzac o un Victor Hugo, queda en un segundo plano? La respuesta más probable es ¡por ser mujer! Y me atrevo a añadir que por defender la condición femenina en sus obras, en su vida privada y en su vida pública. Sand, desde su primera novela en solitaria[3], Indiana[4] editada en 1832, denuncia la desigualdad de la cual son víctimas las mujeres en la sociedad, critica la posición de sumisión que se les otorga, e incluso muestra la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres.

En lo que concierne su vida privada, a principios de los años 1830, Sand piensa en separarse de su marido del cual no aguanta las borracheras, las palabras denigrantes o las descargas sexuales con las chicas del servicio doméstico. Romper un matrimonio es un hecho excepcional en la época. ¡Ni existe entonces el divorcio en Francia, sólo largos y complejos procesos de separación! Pero entre 1835 y 1836 consigue que un tribunal le conceda esa separación, permitiéndole recuperar sus bienes que, en el seno del matrimonio, eran automáticamente gestionados por el esposo (y hay que precisar que al suyo le encantaba aprovechar plenamente de la fortuna de su mujer, que en muchos otros aspectos despreciaba). A la vez, Sand obtiene poder educar sola a sus hijos.

En su vida pública, Sand muestra una actitud desafiante. A menudo se viste de hombre. Este travestismo tiene un alto valor ideológico. Ella, en efecto, denuncia que, en la época, la ropa en sí mantiene una desigualdad entre hombres y mujeres. Los vestidos femeninos no son aptos para desarrollar una actividad profesional. En efecto, como los autores masculinos de ese periodo, Sand tiene a menudo que desplazarse por las calles de Paris, para ir a hablar con su editor, para recuperar las primeras pruebas de sus libros, para visitar los periódicos o revistas con los cuales colabora. Ahora bien, las calles son sucias y las largas y costosas faldas entorpecen esos continuos movimientos. Además, lo que más critica la autora, es el hecho que un hombre puede perfectamente ir solo por la calle sin atraer la atención de nadie. Las mujeres, por el contrario, no tienen ese derecho. Una mujer “de bien” tenía forzosamente que ir acompañada por un hombre o una mujer de cierta edad (llamada “dueña” en España), lo que restringía su libertad de movimientos. Así, cuando Sand se desplaza por los barrios de Paris vestida de hombre, nadie mira lo que creen ser un jovencillo apuesto. Sand jugará toda su vida con ese uso alterno de ropa femenina y masculina, apareciendo también en la veladas aristocrático-literarias organizadas en los salones parisinos, o en reuniones políticas, a veces con largas y ricas faldas de seda y corsé, otras veces con los pantalones ajustados, puestos de moda por los Dandis.

También, reclama el derecho a que las mujeres puedan ostentar un gran número de amantes, de la misma manera que se lo admite a los hombres. Así, todavía casada, pero desgraciada en su matrimonio, ya se da el derecho de vivir relaciones varias con jóvenes literatos o políticos. Si, durante el tiempo del juicio de separación, renuncia a toda relación amorosa, sabiendo que los jueces no hubieran fallado a favor de una mujer adúltera, una vez liberada de su marido, colecciona literalmente varios hombres a la vez que escoge en el mundo de la literatura, el teatro o la política[5]. A sus detractores que la insultan públicamente, no les hace ni caso o responde que, si algo es posible para un hombre, también tiene que serlo para una mujer. Tenemos que recordar que estamos en los años 1830 donde impera en Francia un profundo catolicismo y una moralidad pudibunda. ¡De esa época datan las hojas de parra colocadas sobre las partes genitales de las estatuas desnudas del Louvre!

Sus obras literarias reflejan su ideología y en muchos libros suyos se encuentra la defensa del derecho de las mujeres. Critica en especial la institución del matrimonio, donde denuncia que el pater familias domine como un verdadero dictador sobre el hogar, lo que lleva sus novelas a ser consideradas como escandalosas e inmorales. Una de las razones que llevará al Vaticano a incorporar sus obras en el Index librorum prohibitorum[6].

Sand es una feminista en una época donde no abundan, pero, además, trata ciertos temas con una clara modernidad, en particular cuando cuestiona el matrimonio que describe como un lugar propicio al sometimiento de la mujer o cuando critica la dinámica misma de las relaciones amorosas. Centrándonos en su primera novela, Indiana, podemos ver cómo Sand subvierte el género mismo de la novela sentimental para denunciar la condición de las mujeres de su época. Nos presenta a una joven, Indiana, que ha sido casada desde los dieciséis años con un hombre de unos sesenta, el Señor Delmare, coronel retirado. Esa práctica misma nos subleva hoy en día, pero Sand, ante todo, describe cómo este tipo de casamientos promocionaba roles que hombres y mujeres tenían que adoptar. La mujer tenía que ser frágil, para buscar en el hombre un protector, un padre. Así, Indiana está descrita como una muchacha muy delgada, de tez pálida, lánguida y hasta enferma. De hecho, adopta plenamente el canon de belleza de la época. No nos pongamos muy críticos: hasta hace bien poco, las pasarelas y las revistas femeninas estaban pobladas de chicas muy jóvenes y de aire anoréxico, símbolos de belleza y seducción, siguiendo al fin y al cabo criterios muy parecidos a los del siglo XIX. Esa imagen de mujer débil lleva naturalmente a Indiana a seguir un comportamiento pasivo y dependiente. Pero Sand añade un matiz: desde esa naturaleza frágil, Indiana se siente indefensa en casa y teme las reacciones bruscas de su marido. Un ambiente de amenaza y de violencia impera en la casa desde el principio del libro. El hecho que Sand elija dar a Indiana un marido que haya sido un antiguo oficial del ejército, no es casual: el propio esposo de Sand había sido teniente, pero ante todo el Señor Delmare, con su pasado militar, permite pintar un carácter dominante, acostumbrado a ser obedecido en todo momento, lo que para Sand es el rol de todos los hombres en los hogares de su época. Al final de la novela Sand acentúa todavía más su denuncia de la violencia dentro del mundo conyugal, cuando, loco de celos, el Señor Delmare la coge por el pelo, la empuja al suelo y la golpea en la frente con el talón de su bota. A pesar de ser una escena muy breve (Sand sabe que tal representación iba a ser altamente criticada por una sociedad que quería seguir ciega delante tales actos), la autora se atreve a dar estos detalles cuya brusquedad altera profundamente la lectura. Es interesante ver, asimismo, como Sand describe al coronel apenas ha cometido esta barbaridad: se queda aterrorizado por sus propios gestos, pero el amor conyugal, con sus consiguientes celos, y su rol de hombre de la casa no le habían dejado escapatoria. La autora hace alusión a veces, a través de comentarios rápidos, a la cárcel en la cual el sistema matrimonial encierra también al hombre, por ejemplo, cuando subraya la diferencia de edad entre Indiana y el Señor Delmare: Indiana tiembla delante de un marido violento y no lo desea; a la vez, el coronel es consciente del “tesoro valioso” que tiene en casa y que le empuja hacia un rol de “propietario” que tiene su precio y al final le viene grande: siente que ella, tan bella y joven, nunca lo amará, sabe que muchos otros hombres intentarán poseerla, y que él tendrá que adoptar en reacción los celos continuos que socialmente le corresponden. Ser carcelero, claro está, no es tan temible como ser encarcelada, pero la falta de libertad en los roles es común a los dos sexos.

Indiana, tan joven y tan frágil, es, además y de manera general, una presa fácil para otros hombres. Así, George Sand introduce la figura de Raymon, joven aristócrata brillante y seductor del cual Indiana se va a enamorar. Lo que hubiera sido tratado en otra novela sentimental como una historia de amor pasional, impedida por un marido celoso y brutal, se transforma en la obra de Sand en el relato de una manipulación perversa de parte de Raymon sobre Indiana. Un capítulo es especialmente interesante a este respeto, el capítulo VI. Raymon consigue introducirse en la casa de la Señora Delmare de noche y encontrándola triste delante de la chimenea de su salón, le declara con mucho lirismo su amor. A priori, todos los ingredientes del discurso amoroso tradicional están presentes: altibajos emocionales incontrolables, intervención del destino para que triunfe el amor, sustancia divina de su pasión, obstáculos que vencerán juntos sin tener miedo ni siquiera a la muerte, etc. El discurso de Raymon seduce hasta al lector o la lectora (por lo menos de la época) que se deja llevar por la fuerza de las imágenes, el abundante fluir de las palabras, el ritmo hipnótico del texto. En esas frases se expresa ¡el amor único y verdadero! Sin embargo, Sand, después de ese vértigo amoroso, rompe bruscamente el encantamiento. En efecto, cuando Raymon consigue besar los labios de Indiana, ella, embriagada por sus palabras y la excitación, se desmaya. Y Raymon tiene que llamar al servicio para que vengan a ayudarle a socorrer a la joven. Aparece entonces la sirvienta quien, viendo a Raymon arrodillado delante de su ama, deja caer los objetos que tenía en las manos: ¡resulta que a esa chica también Raymon había prometido poco antes amor eterno! La poesía sentimental se revela como un puro ejercicio retórico al servicio de la manipulación masculina.

Si el lector o la lectora vuelve a leer ese discurso de Raymon, que Sand abruptamente ha cortado, puede darse cuenta que, en el medio de los elementos amorosos tradicionales que enumerábamos anteriormente, se infiltran muchos conceptos que hacen del discurso amoroso una herramienta perfecta de dominación. En efecto, de manera macro-estructural, es obvio que el motor que anima a Raymon es ante todo poseer a Indiana, en todos los sentidos de la expresión. La prueba es que sus últimas palabras coinciden con el beso que ella (aunque enamorada) no le quería dar al principio, pero que él consigue. El discurso hipnótico del amor romántico sirve a sugestionar a su víctima que pierde todo criterio y libre albedrio. En estas condiciones, no cabe el “no es no” o el “sí”. El discurso de Raymon actúa como esas drogas de las cuales tanto se habla desde hace unos años y gracias a las cuales unos hombres abusan de mujeres sin que ellas puedan ni siquiera reaccionar.

A nivel micro-estructural, mencionaremos cómo ciertos motivos vistos tradicionalmente como positivos, derivan en conceptos de opresión. Raymon habla a Indiana de la comunión de sus almas, le recuerda que ella es su media naranja, todas imágenes que la sociedad todavía asocia a emociones positivas. No obstante, en nombre de esa simbiosis perfecta, Raymon puede afirmar a Indiana que él sabe siempre lo que ella necesita, él conoce lo que la hará feliz. Puerta abierta, claro está, a imponer su propio criterio. Como, además, Raymon retoma el tema del hombre que actúa como salvador de una mujer frágil, la supuesta comunión de esas dos almas no tarda en revelar su verdadera naturaleza: la dominación y la posesión. Así, en medio de todas esas palabras apasionadas aparecen las exclamaciones “me perteneces”, “soy tu amo”, “estaré para vigilarte”, etc. Raymon, ciertamente, también dice que considera a Indiana como su estrella protectora o su ángel de la guardia, pero los momentos del texto donde expresa su propia supremacía son mayores y delatan su empresa. Este amor exclusivo y protector desemboca asimismo en la noción de celos que, por ejemplo, podrían, llevarlo a matar al marido. Celos a los cuales Raymon alude sin pudor, más bien alardea de ellos. Recordamos que hay un discurso bastante habitual sobre los celos, todavía hoy en día, que los define como una suerte de prueba de amor y en el nombre de ese amor simbiótico, adolescentes, jóvenes y muchos adultos, reivindican poder saberlo todo de su pareja y registrar por ejemplo su móvil o sus mails.

En otra escena donde Indiana, decidida a dejar a su marido, busca la protección de Raymon en casa del cual se presenta sin avisar, Sand muestra de nuevo la violencia entre hombres y mujeres. Raymon a esa altura del libro ya se ha cansado de esa mujer que no se rinde carnalmente, así que cuando ella le explica que se ha fugado de su casa para huir con él, siente primero pánico, puesto que eso supondría un escándalo, y para Raymon su posición social prima sobre cualquier otra cosa. En otra novela sentimental esa situación hubiera dado lugar a una escena donde dos amantes, llevados por la fuerza de su amor y luchando en contra de una sociedad que condena su relación, hubieran huido juntos para vivir lejos y en paz. Aquí, nada de eso: Raymon tiene claro internamente que no va a irse con ella, e intenta aprovechar la indefensión de Indiana – una mujer que huyendo de su marido está ahora socialmente perdida y totalmente a su merced- para forzarla sexualmente. No hay violación, sino un claro acoso que roza la violación. Es que Raymon representa al hombre que da al deseo y el placer propios la prioridad sobre el bienestar del objeto deseado. Además, como Don Juan, está inmerso en la idea masculina de que las conquistas demuestran la hombría y el éxito del varón. Su egolatría no tiene límites y las consecuencias de sus actos poco le importan. Se ve claramente cuando Noun, la pobre sirvienta, termina por suicidarse después de ser ignorada y abandonada. Raymon pasa por momentos breves y leves de tristeza, pero la emoción que al final más le invade es una sensación de molestia irritada, puesto que ese suicidio podría ser un obstáculo para su próximo trofeo, Indiana. Raymon pertenece a una sociedad que fomenta en los varones ante todo la necesidad de triunfar. Las emociones y la muerte de una mujer pasan a un segundo plano: dan algo de pena, pero, al fin y al cabo, no son algo tan grave.

Añadiré que George Sand no muestra siempre compasión hacia su heroína. A veces se cansa de su pasividad y languidez y usa adjetivos poco simpáticos para calificarla. La novela no va sólo de verdugos y víctimas. Sand no acepta la ausencia absoluta de reacción de ciertas mujeres. Incluso en algunos capítulos ese personaje de repente demuestra una fuerza y una clarividencia algo sorprendente que la saca de su rol de mujer frágil y dominada. Con ello se deshace la sobreindentificación que las mujeres pueden tener de sí mismas o con la cual han sido educadas. Sand parece decirnos que parte de lo que Indiana hace habitualmente podría ser sustituido por otras actitudes, que tiene hasta cierta capacidad de rebelión, como la autora la tuvo toda su vida.

George Sand, en esa novela sentimental, utiliza todos los ingredientes que acompañan la pasión amorosa, sometiéndose aparentemente al dictamen del público de 1830 sediento de emociones desmesuradas, pero al mismo tiempo pone en relieve los riesgos de esa misma pasión. Da a sus lectores y lectoras una historia de amor y a medida que la construye la deconstruye, advirtiendo de la peligrosidad de ese sentimiento. Por ello se la puede considerar como una pionera al señalar al amor romántico como sostén de la estructura patriarcal, siendo este -como comentamos en la introducción- un objeto de estudios entonces ignorado y que es, hoy en día, un tema central de la crítica feminista, integrado en los programas educativos para la lucha contra la violencia de género. Su proeza literaria que consigue subvertir un género literario y su lucha ideológica[7] merecen poner a Sand en un lugar de autora de primer orden.

[1] Memoria del proyecto: Profundizando en el análisis del mito del amor romántico y sus relaciones con la violencia contra las mujeres en la pareja: Análisis cualitativo. Investigadora principal: Esperanza Bosch Fiol (Universidad de las Islas Baleares). Se puede consultar en:

https://www.inmujeres.gob.es/areasTematicas/AreaEstudiosInvestigacion/docs/Estudios/EstudiosLinea/2012/ProfundizandoAnalisis.pdf

[2] Se pueden consultar muchos artículos que presentan trabajos universitarios de investigación y de prevención con adolescentes. Por ejemplo, Bisquert-Bover, M., Gil-Juliá B., Martínez-Gómez, N., Gil-Llario, M., “Mitos del amor romántico y autoestima en adolescentes”, International Journal of Developmental and Educational Psychology INFAD Revista de Psicología, Nº1 – Monográfico 4, 2019, pp:507-518 https://revista.infad.eu/index.php/IJODAEP/article/view/1633 ; Gómez Perea, L., & Viejo, C. (2020). Mitos del Amor Romántico y Calidad en las Relaciones Sentimentales Adolescentes. Revista Iberoamericana De Psicología, 13(1), 151–161. https://doi.org/10.33881/2027-1786.rip.13114

[3] Anteriormente firmó novelas cortas o artículos con un joven amante, Jules Sandeau.

[4] Se puede consultar la traducción española editada en 2020 por Seix Baral en la traducción de Eva María González Pardo.

[5] Sand también cultivó varias relaciones duraderas en su vida: casi 10 años con Chopin o 16 con su último compañero.

[6] La Iglesia ya condenó varias de sus primeras novelas que cuestionaban el matrimonio, pero en 1863, después de una novela claramente anticlerical, Mademoiselle La Quintinie, el Vaticano decidió prohibir la lectura de toda su obra a sus fieles.

[7] Sand también será una figura del socialismo cristiano de la mitad de siglo y dedicará muchas obras a la defensa de los desfavorecidos y de la integración social.