La relación entre géneros se ha construido sobre una concepción de desigualdad, -necesaria para mantener un dominio-, y sobre una mentalidad que basa las relaciones humanas en las relaciones de poder: para que uno pueda ser válido, otro no tiene que serlo; para que uno pueda ser fuerte, tiene que haber un débil; para que uno sea rico, otro tiene que ser pobre; para que uno sea guapo, otro tiene que ser feo; para que uno pueda ser especial, otro tiene que ser ninguneado…
La violencia hacia la mujer es muy antigua, se basa en una relación de dominio. En realidad, es un sistema caduco que claramente evoluciona hacia su desaparición. Este proceso está siendo doloroso ya que, si bien esta violencia es primitiva, ha sido normalizada hasta no hace mucho. Hoy en día, la conciencia de esta perversión de lo humano nos hace insoportable la lentitud con la que evoluciona su decadencia, y por ello es necesario seguir detectando de qué sutiles y no tan sutiles maneras se manifiesta. Cuando se ostenta un poder, se adhieren a él los sentimientos de autoestima y de valoración, que se quedan asociados emocionalmente a dicho poder, de tal manera que la pérdida del privilegio deja desnuda a la persona que se vestía con él. Los hombres que todavía se agarran a la dominación como forma de relación, en realidad desconfían de su valor, no se saben querer en igualdad.
Ambos géneros nos hemos tragado los roles, estereotipos y valores que se nos han ido imponiendo, implícita o explícitamente, de generación en generación. Se nos han transmitido, por ejemplo, a través de la relación que observamos entre nuestros padres y de la propia relación que establecen con nosotras y nosotros; así como a través de la educación y de todo el sistema que, en parte, tiende al inmovilismo. Encontrarnos con aquello que es nuestro, pero que se nos ha negado, es una revolución, pues rompe con la rigidez, el estancamiento y los privilegios que se necesitan para disimular la baja autoestima.
Las mujeres nos reencontramos con nuestra propia fuerza y nuestra valoración, reforzando nuestra sensibilidad durante el proceso; mientras que a los hombres les toca reencontrarse con su vulnerabilidad, su sensibilidad y su igualdad, les toca enfrentarse con su propia valoración, sin ser más y sin ser menos, simplemente ser.
Es necesario que todas y todos detectemos los mensajes, gestos y actitudes que reflejan este sistema caduco; y que cada vez que una mujer o un hombre se descubran diciendo, sintiendo, haciendo o escuchando los síntomas del patriarcado y del abuso de poder los puedan poner pacíficamente en conciencia y denunciar como dañinos, pues niegan nuestro verdadero ser.
Frases como «mujer tenías que ser», «sois unas manipuladoras», «sois muy complicadas», «si tienes frío eres una friolera», «si tienes calor… estarás en la menopausia», «no vales para nada», «quita de ahí», «no sabes lo que dices», «no vayas de lista», «eres demasiado sensible», «para qué hablas si solo dices tonterías», «eres una pesada», «siempre repites lo mismo», «tú no puedes, ya lo hago yo», «cómo puedes ser tan inútil», «todo te molesta»… así como los gestos de prepotencia, la invasión del espacio, las continuas amenazas con el cuerpo, la mirada de control, la humillación en público, la valoración de la belleza física como forma de asegurar la dependencia de la mujer… y actitudes como el desprecio o el proteccionismo.
Tenemos que seguir detectando todos estos sutiles tentáculos del machismo, darles luz y favorecer su desaparición.
Desde hace tiempo, los hombres se han encontrado con el reto de evolucionar hacia una nueva vivencia de su masculinidad, a una nueva concepción de género. Cuando un cambio evolutivo comienza a producirse, hay ciertas fuerzas que aceptan este reto y se dejan atravesar por esta transformación que responde al impulso de crecimiento del ser humano, mientras que otras se atrincheran en el estatismo, considerando todo lo nuevo como una agresión al poder del que se alimentan. Estas últimas están representadas en personas inmovilistas y rígidas con mucha dificultad de empatía y de darse cuenta del daño que produce su abuso de poder, sobre todo cuando esto cuestiona su dominio. Pero, en realidad, debajo, lo que encontramos es miedo e inseguridad.
Por ello es necesario tener confianza en el impulso de vida, que siempre empuja hacia adelante, ya que el estancamiento y la fijación en movimientos regresivos es muerte. Hay que seguir dando luz y voz a las manipulaciones que producen sufrimiento y enfermedad psicológica y que son la base del patriarcado.
Una de las mejores herencias por las que podemos trabajar, y que podemos dejar a nuestras futuras generaciones es enseñarles a mirarse, sentirse y relacionarse en igualdad y en libertad, sin ningún tipo de violencia y, por tanto, con amor.
Por Olga de Miguel, con la colaboración e inspiración de mi hija Ana
Ilustración del libro «Otra manera de usar la boca», de Rupi Kaur.