Por Alain Durand, miembro de Equipo Centro y formador de la escuela.
Estos días, una colega de Equipo Centro expresaba su desconcierto y preocupación porque su batucada decidió tocar el 8 de marzo únicamente con las mujeres del grupo y, a raíz de ello, recibieron unos tuits de insultos. Uno de ellos las acusaba de despreciar y querer dominar a los hombres por el mero hecho de que iban a participar sólo mujeres.
Las actividades, jornadas de reflexión y congresos sólo para mujeres generan a menudo incomprensión. Se lee como un ataque a la convivencia, un acto de agresión innecesario, y me gustaría compartir, ESPECIALMENTE CON LOS HOMBRES, mi punto de vista sobre este hecho.
Ciertamente, somos muchos los hombres hoy en día que cuestionamos nuestro papel en la sociedad y que deseamos con fuerza la igualdad entre mujeres y hombres. Algunos incluso participan activamente en la defensa de los derechos de las mujeres. Y esa lucha es sin lugar a dudas, importante y necesaria. Sin embargo, si esta sensibilidad “feminista” existe entre hombres, no puede obviar el hecho que las mujeres siguen siendo discriminadas.
No volveré sobre datos que todos conocemos: reciben un salario menor, realizan más tareas domésticas en el hogar, son víctimas de la violencia de género, etc. Así que, a pesar de que haya hombres con ganas de igualdad, las mujeres tienen que seguir luchando y, les guste o no a muchos, la batalla tiene como adversarios a los hombres que instalaron y mantienen esa dominación (incluso si no son conscientes de ello). ¿Por qué ese hombre no soporta ser apartado de un espacio social, además semi-privado, puesto que se trata de una asociación que, digo yo, tendrá el derecho de organizarse como le plazca e invitar a quien quiera? Para mí, su reacción bien ilustra esa costumbre de los hombres de sentirse dueños del mundo, y en particular de no soportar que haya un área donde las mujeres podrían desarrollarse solas (salvo si es para su provecho ¡como lo fueron durante siglos las tareas domésticas!). En cierto modo, ese hombre está experimentando, a muy pequeña escala, lo que las mujeres tuvieron que soportar durante siglos, siendo excluidas de muchos lugares públicos, como por ejemplo la universidad, el parlamento, los clubs selectos de caballeros, o todavía hoy en día de manera no declarada pero bastante obvia, de muchos puestos de poder que siguen siendo dominio casi exclusivo de los hombres.
Pretender que las mujeres no se reúnan exclusivamente entre ellas para conducir su lucha es no comprender que para organizar su defensa, las “víctimas” no pueden estar mezcladas todo el rato con sus “verdugos”.
Creo que si extrapolamos la situación por ejemplo al racismo, se verá más claro que los negros tuvieron que juntarse entre ellos, sin la presencia de los blancos, para poder plantear su lucha. Lo mismo pasó con los movimientos LGTBIQ que llevaron durante tiempo su reflexión y lucha sin invitar a los heterosexuales a opinar, puesto que el hetero-centrismo poco hubiera podido captar en un primer momento de su condición y necesidades. Hay que reflexionar entre semejantes antes de entrar en contacto con el resto de una sociedad que sujeta un modelo que difícilmente puede comprender valores y comportamientos distintos o nuevos. Daré otro ejemplo de la necesidad de estar entre semejantes antes de mezclarse con el todo, que quizás comprenderán más hombres por haberlo experimentado en carne propia: en una empresa, cuando los empleados se reúnen para hablar de sus condiciones de trabajo, ¿quién pensaría que en esa asamblea tuvieran que estar los directivos? No quiere decir que no habrá después un encuentro con la dirección, pero obvio que para liberar la palabra, para poder pensar en libertad, se necesita un espacio donde uno siente que está entre pares.
Yo mismo, hace unos años, podía tener mis dudas sobre montar grupos de terapia únicamente de mujeres o de hombres. ¿Sería reforzar los estereotipos y los papeles establecidos, acentuar la incomprensión entre sexos? Sin embargo, cuando tuve la oportunidad de conducir grupos masculinos, pude constatar, en comparación con los grupos mixtos, que el hecho de estar entre hombres, para la mayoría de los participantes, permitía trabajar aspectos de manera diferente, algunos de manera más espontánea y profunda. Curiosamente, nunca había visto a los hombres ser tan emocionales como cuando estaban entre ellos. Eso no quita obviamente el valor y la necesidad de los grupos mixtos, donde la convivencia entre géneros tiene que ser experimentada. Son dos perspectivas diferentes y complementarias.
Si llevamos nuestra reflexión a un nivel estructural, podemos también alegar que para cuestionar un sistema es útil sustraerse primero de él. Ese distanciamiento sirve para liberarse de los automatismos que se generan por el simple hecho de estar adentro del sistema. El sitio que ocupamos en la sociedad nos lleva a reaccionar de una manera establecida que podríamos tachar de ciega. Los hombres y las mujeres tenemos actitudes programadas que por el simple hecho de estar en contacto con el otro sexo se desencadenan, sin que tomemos consciencia de ello. Por ejemplo, en grupos mixtos, no es raro ver como los hombres heterosexuales empiezan a luchar por estar a la cabeza del grupo y seducir a las mujeres presentes. Cuando las mujeres están ausentes, los hombres pueden escapar a esa dinámica y explorar otros aspectos de su personalidad. Estar dentro del sistema impide sentir, reaccionar y pensar de otra forma. Cuando las mujeres quieren reflexionar entre ellas, pueden expresarse con más libertad, sin el miedo a cada rato de herir la sensibilidad de los hombres. Y sobre todo, sin la presencia de los hombres, se activarán menos los automatismos aprendidos que les llevan a aceptar su “condición de mujer”. Salirse del grupo, y por tanto del contacto con los hombres, crea un paréntesis durante el cual podrán tomar consciencia con más facilidad de dinámicas discriminatorias interiorizadas hasta ahora invisibles, y desde allí poner en marcha nuevas reivindicaciones.
Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo advierte además de un fenómeno importante. Subraya que en la dinámica hegeliana del “Amo y el Esclavo”, el esclavo, además de participar de la dinámica del sistema de poder aceptando su condición de esclavo, suele mirar al amo como referente, modelo a imitar. Si las mujeres, victimas del patriarcado, quieren fomentar una nueva organización social, la ausencia de los hombres en el momento de su reflexión bien podrá ayudar a la reinvención de nuestra sociedad.
Por otro lado, cuando las mujeres se separan del resto del grupo, el propio sistema, amputado de uno de sus elementos, tiene por fuerza que pararse y replantearse su funcionamiento. Es lo que pasó por ejemplo en 1975, cuando en Islandia las mujeres hicieron la huelga, rechazando el sitio que les estaba asignado en la estructura social. Acción muy potente que las mujeres quieren repetir en muchas partes del mundo este mes de marzo 2018. Tal acción produce evidentemente tensiones, no hay lucha sin ellas. Son indispensables para poder reinventar el sistema. La finalidad será después volver a poner en relación las distintas piezas del sistema -en este caso hombres y mujeres-, pero con la esperanza de que no se vuelvan a poner en marcha las mismas dinámicas – en nuestro caso, esperando una mayor igualdad-.
Así que las batucadas femeninas, los congresos feministas o cualquier actividad donde los hombres no son invitados son un paso insoslayable. Sin él, no habrá una reflexión real y un cambio profundo en el posterior, y también indispensable, reencuentro con los hombres.
Añadiré una última reflexión. Hay que tomar en cuenta que la estructura original tiende a resistir, y si integra ciertos cambios, muchas veces vuelve a una dinámica parecida a la que imperaba antes de la ruptura. Por ello, hay que volver muchas veces a la carga, aunque ello pueda parecer repetitivo y cansado a algunos. Así el movimiento feminista ha conocido varias olas. Cada ola ha cuestionado el sistema y ha obtenido mejoras. Pero hay que volver a la lucha, no sólo por cosechar nuevos logros, sino para sacudir el sistema que tiene la tendencia a volver a su dinámica inicial. La que lleva a muchos a estimar que las mujeres lograron ya lo que pedían, sin ver que el fin último, la igualdad, queda todavía lejos.